El lado "B" de Estados Unidos
Gonzalo Baeza
El mundo del cómic estadounidense ya está acostumbrado a las periódicas reinterpretaciones de las que suele ser víctima a manos de autores británicos. El primero de estos fue Alan Moore, quien en los 80 comenzó a trabajar para DC Comics y en sagas como American Gothic comenzó una subversión del género cuya influencia se siente hasta hoy. Tras Moore vino Neil Gaiman, quien en sus comics - y especialmente su novela American Gods (2001) - creó un mundo donde la cultura popular estadounidense es un lugar en que la magia convive con los malls y los moteles carreteros hospedan dioses y seres mitológicos.
Uno de los últimos británicos en desembarcar en la ex colonia es Warren Ellis, quien en años recientes ha ejercido como guionista de personajes como los X-Men y Los Cuatro Fantásticos, así como de la premiada serie de ciencia ficción Transmetropolitan. Su humor corrosivo y sus personajes estrafalarios constituyen una voz única en el noveno arte.
Ellis acaba de debutar en la novela con Crooked Little Vein, historia surrealista en que las convenciones básicas del relato policial conviven con el idiosincrásico registro del autor. La elección de Ellis no es casual. Si antes subvirtió los comics, su nueva víctima es otro producto muy asociado a EEUU: el género negro.
Crooked Little Vein presenta al decadente detective neoyorquino Michael McGill, investigador que sueña con pagar las cuentas a tiempo y en lo posible ser contratado para casos pedestres, como infidelidades matrimoniales. McGill se autodefine como un "shit magnet" (imán de mierda), que invariablemente atrae problemas y personas extrañas.
Su más nuevo cliente asegura ser el jefe de gabinete del Presidente de Estados Unidos, quien irrumpe junto a su contingente de seguridad en la inmunda oficina de McGill. La misión que encomienda al detective es aún más inusual: recuperar la supuesta “Constitución secreta” de EEUU, que fuera extraviada por Nixon. El documento contiene una serie de “enmiendas invisibles” que, según le explican al McGill, permitirán al gobierno devolver a la sociedad norteamericana a una senda moral correcta y detener la decadencia y degeneración que actuales.
Antes que el lector piense que se trata de una novela de conspiraciones y papiros apócrifos, Ellis se encarga de aclararnos que su debut literario no se ajusta a etiqueta alguna. En breves capítulos, traza el recorrido de McGill y su promiscua asistente Trix a través de un EEUU subterráneo, viajando en busca de una Constitución secreta que ha pasado por familias petroleras tejanas, criminales y hasta un grupo de adoradores de las películas de Godzilla.
El resultado, si bien es promisorio como una primera novela, carece de la consistencia de una trama bien hilvanada y más parece una colección de viñetas cuyo sustento es la facilidad de Ellis para crear situaciones absurdas y diálogos tan rápidos como cómicos. En 280 páginas, la pista que sigue McGill es más bien una excusa para presentar una sucesión de personajes curiosos que sin embargo no pasan de ser caricaturas. A ratos da la sensación que Ellis echa de menos a un artista que ilustre su guión y dé cuerpo a individuos que se definen más por sus extraños estilos de vida que por una personalidad reconocible. Lo mismo ocurre con los escenarios en que se desarrolla la novela. Cuando McGill viaja a Texas vienen las esperables observaciones acerca de cómo sus habitantes comen carne en exceso y aman las armas de fuego. En el Medio Oeste del país las críticas se dirigen a lo aburrido de sus ciudades y la fuerte religiosidad del ambiente. Ellis nunca logra dar vida al entorno de McGill y se limita a un par de observaciones ácidas.
Los fanáticos del autor probablemente encuentren en la novela todo lo que disfrutan en sus comics. Para quienes esperamos una transición más sólida de la novela gráfica a la novela sin apellidos, habrá que ver qué depara su segundo libro. Ya lo está escribiendo.
(Publicado este fin de semana en el suplemento Cultura de La Tercera) por Gonzalo Baeza
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